top of page

Amigos del Barrio

 

Tongoy, en el sector de “La isla”. Alrededor de 1962-1963.

 

Desde derecha arriba: Segundo Castillo Marín, Óscar Aranda, Pablo Castillo, Andrés Castillo y Gustavo Ossandón.

Desde derecha abajo: José Miguel Carvajal, el “Jeo”; José Antonio Ossandón, el “Che”; Hugo Aranda y Jorge Hidalgo.

Óscar Aranda Pizarro, que en la fotografía tenía 8 años y actualmente tiene 59, relata:

 

“Estamos un grupo de amigos del barrio, dos de ellos están muertos, Segundo y Gustavo.

Los demás son amigos y hermanos.

 

Éramos todos amigos del barrio Urmeneta Sur, donde años después fue el centro neurálgico del turismo en Tongoy, pero en esos años no había nada. Nosotros teníamos las casas a la izquierda de la foto. Nos juntábamos ahí.

 

Nosotros empezamos a aplanarlo porque íbamos a formar un club. Empezamos a limpiar todo el sector de ahí. Mi tío chato Varela, era el tesorero. Íbamos a comprar primero que nada una pelota. Posteriormente, íbamos a comprar las camisetas del club, que no tenía nombre.

 

Era fútbol, cosa que hacíamos todo el día igual con cancha o sin cancha. Armábamos dos piedras a cada lado y métale pichanga todas las tardes. En ese tiempo uno tenía cero responsabilidades. Sabíamos que llegando a la casa nos tenían que tener comida. Y a uno lo mandaban a la escuela y nada más.

 

Limpiamos todo el sector. Nos demoramos casi un año limpiando. Una vez que tuvimos todo, que le pusimos arco, se asienta un comprador, habían comprado el sector. Don Ismael General había comprado el lugar, porque quería construir un hotel, que fue Las Pasmanias, que vino a darle prestigio al lugar y plusvalía al sector, porque era el centro del turismo de Tongoy.

 

Ahí se murió. Qué íbamos a hacer. Nada. Quedarte calladito no más.  En ese tiempo se respetaba, nosotros éramos cabros chicos. No como ahora que podrías haberlo encubrado en chuchás. Antiguamente no se hacía eso, había un respeto único. Nosotros nos quedamos callados no más y nos trasladamos.

 

Nos fuimos al Pimiento, frente a la cancha de los Castillo y los Salazar. En la calle poníamos piedras y vamos jugando pichanga. Y luego empezamos a jugar frente a la iglesia  y ahí invitamos al “changuerío”, a la niños del pueblo, lo de abajo.

 

Fue menos de un año. Aquí no había ningún adelanto, no había nada. Y no había autoridades como para poder exigirles algo. No había nada, absolutamente nada. Estábamos entregados a la suerte no más”.

 

Óscar Aranda concluye: “Mi amistad con ellos duró cuando me fui a estudiar a Ovalle, a los nueve años”.

 

 

 

 

bottom of page